El 11 de diciembre de 2020, la Administración de Alimentos y Medicamentos autorizó la primera vacuna contra COVID-19 fabricada por Pfizer-BioNTech.
Si bien las compañías farmacéuticas y las autoridades médicas se han beneficiado de cada inyección, las inyecciones han herido irremediablemente a innumerables personas y han destruido las vidas que conocían.
Los medios de comunicación no darán voz a estos heridos cuyas filas crecen día a día.
Aquí compartimos algunas de sus historias, en cooperación con RealNotRare.
Eve Poythress
Después de su primera inyección de Pfizer en febrero de 2021, a Eve Poythress, de 45 años, le salió urticaria y un sarpullido con ampollas en el lugar de la inyección.
Sin embargo, volvió para su segunda dosis menos de un mes después. Al día siguiente, Eve se enfermó con fiebre y fatiga severa. Desarrolló un dolor en las articulaciones tan insoportable que no podía caminar.
Eve dice que le diagnosticaron el síndrome de activación de mastocitos inducido por la vacuna, y su médico de cabecera le dijo que está sufriendo una reacción alérgica a las inyecciones.
Aún así, Eve culpa al “COVID prolongado” por su niebla mental.
“También estoy experimentando una larga niebla mental Covid y ahora tengo problemas con mi capacidad de atención y con realizar tareas que requieren gran detalle. Esto se está convirtiendo en un problema con el trabajo y la escuela, porque debo redactar muchos escritos legales y propuestas”.
Krissy Nusky
Krissy Nusky era una mujer sana de 38 años que levantaba pesas, caminaba y comía de manera nutritiva hasta que se puso las inyecciones de COVID-19 porque “confiaba en la ciencia”.
Inmediatamente después de su inyección de Moderna, Krissy sentía el sabor del metal. Durante los siguientes dos días, su ritmo cardíaco comenzó a subir rápidamente. Al tercer día, mientras estaba en la caminadora, sus pies se entumecieron, un fenómeno que siguió repitiéndose durante las próximas semanas, causando que a veces se cayera. Partes de su cuerpo también se volvieron extremadamente pesadas: sus piernas se volvieron tan pesadas que no podía caminar, y en un momento tuvo que usar un collarín para sostener su cabeza.
Eventualmente, el entumecimiento se desvaneció, solo para ser reemplazado por un dolor severo en los nervios, “en lo profundo de mis huesos”. Comenzó a tomar dosis bajas de naltrexona, lo que ayudó.
Krissy se sometió a pruebas exhaustivas y primero se le diagnosticó neuropatía de fibras pequeñas.
“Tengo la suerte de tener un trabajo que me dio una exención (finalmente), así que no tengo que ponerme más vacunas. Mi trabajo ha sido paciente conmigo y me permite trabajar duro pero también descansar cuando lo necesito. Han pasado 2 años y sigo sufriendo. Extraño mucho el ejercicio. Empecé rehabilitación cardíaca. También tengo tinnitus que volvió después de un tratamiento que probé que no funcionó”, dice Krissy.
Más recientemente, a Krissy le diagnosticaron hipertensión ortostática, una forma de presión arterial baja que ocurre después de sentarse o ponerse de pie.
Jordan Berube
Jordan Berube, de 22 años, dice que su “vida post Moderna” comenzó después de su segunda dosis en mayo de 2021. Una semana después, sintió que su “cerebro se estaba friendo en una sartén”.
Meses después, Jordan de repente se volvió decaído y exhausto y comenzó a perder peso. Para octubre, había perdido su trabajo y tuvo que abandonar la universidad, y para marzo de 2022, la disautonomía, las descargas cerebrales y el agotamiento total se hicieron cargo. Tuvo que regresar a casa y ya no podía vivir solo.
“Para entonces, ya podía ver que muchos de mis amigos cercanos comenzaban a alejarse, y ahora la mayoría lo ha hecho, especialmente cuando explico mi historia de haber sido afectado por la vacuna”, dice Jordan.
Jordan dice que su problema principal ahora es la cognición. Si bien todavía puede jugar Sudoku y otros juegos, su recuperación de recuerdos ha caído en picada.
Soy demasiado joven. Moderna me ha quitado literalmente toda la vida. Es difícil de aceptar, todavía me hace llorar a veces, y la ira es implacable. . . La “resaca” de 2 horas cuando me despierto todas las mañanas es un duro recordatorio de esta cruel realidad.
En este punto, no tengo miedo de morir. . . Lo que más me asusta es convertirme en potencial desperdiciado, debido a una vacuna que decidí ponerme sin pensarlo, sin cuestionarla. Incluso mi instinto me decía que no lo hiciera. Envío buenos deseos a mis compañeros lesionados por vacunas.
Volúmenes previos:
- Víctimas de vacunas sin voz – Vol. 15
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 14
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 13
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 12
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 11
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 10
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 9
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 8
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 7
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 6
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 5
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 4
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 3
- Víctimas de vacunas sin voz - Vol. 2
- Víctimas de vacunas sin voz
